What may not be expected
in a country of eternal light?
—Mary Shelley
(Frankenstein or, the Modern Prometheus,
Letter 1)
La ciencia ficción es una rama prodigiosa
del árbol de la pulcra auto-ficción.
La auto ficción en turno hunde raíces
en el limo de lo extraño-familiar,
y lo extraño-familiar
es presagio del llamado a lo ominoso-luminoso
que se topa en la sombra por abajo con lo abyecto
y lo abyecto, que Colón nombraba maravilla
por no saber decir ciencia ficción,
es resorte de retórica y rizoma de la idea de la fe
que es fundamento de todo realismo:
el social de Isidoro de Sevilla
el fluvial de Horacio de Quiroga,
el filial de Juan Rulfo y Juan Preciado,
ciencia del pan y de la piedra de Vallejo
llamada por algunos ballenismo, bartlebismo,
o bien puesta en abismo—que es lo mismo
en el sentido moral y práctico del término,
no en el sentido instrumental y burdo
del bosque elemental y la borrasca
que promueven los Románticos,
con Joyce a la cabeza aunque lo niegue,
con el Montaigne joven, hijo de Freud,
Montaigne que es apodo de Hombre Lobo,
Kafka delirando en lengua extraña:
la ciencia ficción o la licantropía,
la ciencia cartográfica de Borges— la utopía
—Emily Dickinson bañándose desnuda
en la laguna—sabiendo que la miran desde el bosque
y es de noche en Massachusetts—
la ciencia de las aguas
rielando con estrellas mientras nada
su cadáver de ahogada hacia la playa—
boca arriba y ve
el reflejo boreal, que es el fantasma
de un barco atrapado entre los hielos
—le recuerda la silueta de un objeto volador
que nunca fue identificado,
y el ovni —se da cuenta—, que es un barco
varado entre témpanos antárticos,
es también Kafka-niño en esa foto
donde sale rodeado de palmeras,
es el Gran Teatro de Oklahoma que despega
y luego traza una zeta al alejarse
hacia Port Bou y el pasadizo Blanes,
el pasadizo Aréndt, caleidoscopio,
gramo de sal o de morfina,
la ciencia del velís perdido, el manuscrito,
melancolías submarinas de un capitán sin nombre,
la ficción de la montaña, su sermón,
un tributo de amor a lo imposible,
al familiar—extraño, al par de anteojos
colocados con primor detrás del lente
de la cámara oscura, el orificio, la pupila
velada, el corazón que bate entre las tablas,
delator, las cartas muertas e incendiadas,
las altas torres de una cárcel fría, un ministerio,
la fosa iluminada desde adentro
y el surgir de un pájaro
que tiembla como un dedo y que vacila
al activar el circuito de la tecla
y liberar la luz de las regiones
en que la luz eterna espera
que le inventen su palabra.

Qué buena la palabra “que”, Roberto!