Un poema de Seamus Heaney

Este poema, «Follower», me sigue por todas partes. Fue el primero de Seamus Heaney que me llamó la atención, sobre todo por la forma en que espejea el acto de arar la tierra con el de navegar.

seamusCuando Heaney ganó el Nobel, en la primavera austral de 1995, por esas casualidades de la vida, yo estaba conversando con Carlos Olivárez en la sala de redacción de La Época mientras se preparaba el número especial que le iban a dedicar al poeta irlandés. El gran José Miguel Varas estaba también ahí, en plena tarea de traducir un par de poemas, entre los cuales estaba, justamente, «Follower». Olivárez nos presentó y cuando le conté a Varas que había estado en un taller con Heaney y que conocía bien ese poema, don José Miguel me hizo un par de consultas. Después nos largamos a hacer la pega en yunta, que concluyó con él tecleando la traducción final en su máquina de escribir. No tengo esa versión a mano. Ni siquiera tengo la certeza de que salió publicada pero, si lo fue, por ahí debe estar, en algún archivo, firmada por Varas, sin duda, porque el encargo era de él y porque las decisiones finales casi siempre fueron suyas.

Abuelito-Aleem Huasos

Y como (es sabido) todo tiene que ver con Chile, «Follower» me recuerda «El arado», la canción de Víctor Jara que, a su vez, es la canción que más le gusta a mi padre, cuya infancia transcurrió entre Monte Águila y Tinguiririca. Mi papá sabe de arados de verdad, no como yo, que solamente conozco los de la literatura y, más encima, traducidos.

Así que este es un poema dos veces traducido, a twice-translated poem. Sería medio borgiano que las traducciones de 1995 y de 2020 fueran idénticas, pero lo dudo, porque eso no pasa en la vida de verdad, solo en los sueños.

José-Miguel-Varas

Nunca se ara el mismo campo, diría un irlandés, con esa cara que ponía Heaney cuando sacaba alguna ocurrencia y entrecerraba un ojo para rochar bien por dónde había que cortar el surco.


 

Seguidor

Mi padre trabajaba con su arado de caballos,
sus hombros hinchados como vela a todo viento
entre el surco y las manceras.
Los caballos se esforzaban al chasquido de su lengua.

Era experto. Colocaba la orejera
y ajustaba el diente de brillante acero.
La tierra se apartaba como oleaje sin romper.
Al final del surco, con un solo tirón

De las riendas, la collera sudorosa se volteaba
y de vuelta en dirección al campo. Sus ojos
entrecerrados y en ángulo al suelo,
navegando el surco con exactitud.

A tropezones en la estela de sus botas,
me caía a veces en la tierra limpia;
a veces me llevaba en sus espaldas,
en el sube y baja de su paso lento.

Yo quería crecer y poder arar,
cerrar un ojo, afirmar el brazo.
No hice más que seguir
su sombra ancha por el campo.

Yo era un estorbo, me tropezaba y me caía,
siempre iba parloteando. Pero hoy
es mi padre quien se pasa tropezando
detrás mío, y no se quiere ir.

800px-Winslow_Homer_-_Man_with_Plow_Horse

Winslow Homer, «Man With Horse Plough».

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