Nabokov escribe sobre la traducción en inglés y yo lo traduzco ahora, pero no en mi cabeza, donde el acto de traducción entre el inglés y mi castellano ya no existe (o bien se esconde con astucia camaleónica) sino en este teclado. Lo aclaro porque me parece que persiste la creencia de que el bilingüismo consiste en un tránsito agotador entre dos mundos diferentes, cuando la verdad es que es todo lo contrario. El bilingüismo es un reposar, un abandonarse dentro de un universo que podrá ser ajeno pero que ya dejó de ser desconocido. Sólo se vuelve arduo cuando surge la necesidad de traducir, que es precisamente la necesidad que el bilingüismo borra, o ahorra. El bilingüe prescinde de la traducción, no la necesita. Por ahí anda dando vueltas una tensión paradójica: para traducir bien hay que ser bilingüe, pero al momento mismo de traducir hay que saber marcar de nuevo las diferencias.
Creo entender desde este ángulo que lo que Nabokov llama transmigración verbal es un fenómeno de tipo Schrödinger: tiene que hallarse en dos lugares al mismo tiempo. Claro, sin que se note, o que se note lo menos posible.
Nabokov despotrica, desconfía, lo tiene todo muy claro o, como todo traductor, simula que lo tiene todo muy claro: tres grados del mal, dice, se pueden discernir en el extraño mundo de la transmigración verbal. Al traducirlo, escojo la palabra extraño en vez de raro porque no quiero distracciones que entorpezcan el flujo de la letanía de Nabokov ni mitiguen la belleza del concepto de transmigración verbal—no dice transmigración idiomática, sino verbal, ahí reside su belleza y ahí se nota el oficio de alguien que escribió su mejor prosa en un segundo idioma.
El primer grado del mal, sigue diciendo, y el menor, comprende los errores obvios debidos a la ignorancia o el conocimiento equivocado. No me quiero detener en la delicia de la frase original, porque misguided en sí misma se convierte en un retruécano, un laberinto cortito pero enredado y sin salida cuando se parea con knowledge. La incompetencia o la ignorancia es simple debilidad humana y por lo tanto es excusable, concede Nabokov.
El próximo paso al infierno lo da el traductor que intencionalmente se salta palabras o pasajes que no se molesta en comprender o que le podrían parecer difíciles u obscenos a un lector vagamente imaginado. Este traductor acepta la mirada vacía que le devuelve el diccionario, sin quejas. Nabokov no aclara quién se queja, si el diccionario o el traductor, ni tampoco aclara a quién pertenece la mirada, pero no importa, porque sigue así: el mal traductor reduce la erudición al remilgo puntilloso. «Puntilloso» se lo agrego yo en esta traducción porque a mí el diccionario me devuelve gazmoñería por remilgo, y si «gazmoñería» me parece viciada por su fealdad, «remilgo» me resulta insuficiente para primness.
Y luego Nabokov dice algo muy complejo, también digno de Schrödinger, que contiene el aroma inconfundible de la verdad: este segundo tipo de traductor, dice, está tan dispuesto a saber menos que el autor como a pensar que lo sabe hacer mejor. Que sabe mejor sería una traducción más literal de la expresión inglesa que Nabokov utiliza. Tal vez sea una expresión calcada del ruso, mi mala memoria sobre un idioma que apenas estudié no permite certezas a estas horas de la noche.
Pero el peor no es este traductor simultáneamente arrogante y holgazán.
Se llega al tercer grado, y el peor, dice Nabokov, al grado de infamia, cuando el traductor martillea y aplana una obra de arte de tal manera que queda hermoseada vilmente para adecuarla a las nociones y prejuicios de un público dado. Esto es un crimen, fulmina, que debe ser castigado en la estacada, tal como se hacía con los plagiadores en los tiempos de los zapatos con hebillas. Supongo que se refiere a los puritanos que quemaban brujas imaginarias.
Three grades of evil can be discerned in the queer world of verbal transmigration. The first, and lesser one, comprises obvious errors due to ignorance or misguided knowledge. This is mere human frailty and thus excusable. The next step to Hell is taken by the translator who intentionally skips words or passages that he does not bother to understand or that might seem obscure or obscene to vaguely imagined readers; he accepts the blank look that his dictionary gives him without any qualms; or subjects scholarship to primness: he is as ready to know less than the author as he is to think he knows better. The third, and worst, degree of turpitude is reached when a masterpiece is planished and patted into such a shape, vilely beautified in such a fashion as to conform to the notions and prejudices of a given public. This is a crime, to be punished by the stocks as plagiarists were in the shoebuckle days. (Vladimir Nabokov, «The Art of Translation,» 1940)
Nabokov, clasificador entomológico obsesivo, divide los errores de la primera categoría en dos sub-clases. Se refiere a este tipo de equivocación como howlers, es decir, metidas de pata, planchazos; pero al ser traducido así, el término pierde su conexión con el aullido de howl que le añade a la caída un filo doloroso, un bochorno inaguantable, animal.
La primera sub-clase es para los errores que vienen simplemente de no conocer bien el idioma traducido, cosa que puede transformar una expresión cotidiana, común y corriente, en una declaración notable que el autor original (real author dice Nabokov) nunca tuvo la intención de hacer: “Bien être general” se convierte en el aserto viril, milicoide, de que “es bueno ser [un] general”. Al mismo tipo de aullido feral pertenece el error de una edición alemana de Chéjov, donde a cierto profesor, apenas entra en su aula, el traductor lo pone a leer el diario, cosa que inspiró a un reseñista presuntuoso a comentar sobre la triste condición de la educación pública en la Rusia pre-soviética. Nabokov aclara que el Chéjov de verdad (the real Chekhov) se refería simplemente a lo que en Chile llamamos el libro de clases, que un maestro abre para consignar lecciones, notas y ausencias. Inversamente, palabras inocentes en una novela inglesa, como first night y public house, en traducciones rusas pasan a ser “noche nupcial”y “burdel”, respectivamente. Y con esos ejemplos basta para Nabokov. Son ridículos y chirriantes (como la tiza que rasguña una pizarra), pero no contienen ningún propósito pernicioso y –dice Nabokov—muy a menudo la frase maleada todavía tiene algún sentido en el contexto original. Esto último es debatible si uno tiene clara la diferencia entre un bar y un prostíbulo.
Persiste, la traducción al inglés del “fui solo como un túnel” (“Poema I”, Neruda) que dice “I was only a tunnel”, que podría volver, como vuelve un boomerang, al castellano como “fui solamente un túnel”, gracias a la confusión de “solo” con “sólo”. La reciente reforma ortográfica de la RAE que elimina la tilde para el adverbio ampara retroactivamente a quien simplemente nunca vio la diferencia. Y quién sabe, a lo mejor la soledad del poeta era solo sólo eso, la del enamorado-túnel, solamente y solitario.