Yo no maté a Víctor Jara, Warnken.

Cristián Warnken confiesa en una columna de El Mercurio que él mató a Víctor Jara. A confesión de parte, relevo de pruebas, y a la capacha, debería ser, aunque sospecho que no se trata de una confesión en serio. Como todo vate columnista, Warnken tiene licencia poética. El problema es que no le basta con cargar solito con la culpa de su crimen. Sólo por echarle una mirada a su columna tan truculentamente titulada (un “yo acuso” al verres), a uno le llega la admonición: “Lo maté yo y lo mataste tú, lector”, dice. Cuando Warnken tutea, suena a tuteada bíblica o por lo menos mística, así que de primera, uno casi agradece la confianza. Pero después de la primera impresión, a mí me dan ganas de responderle “¿me tutea usted?” Y a lo mejor porque no soy lo que él llamaría una blanca paloma, a la tuteada respondo con una puteada y acto seguido paso a defenderme.

Sin hueveo. Porque la verdad es que hay pocas cosas que van quedando en pie como dignas de recuerdo en la historia pueril que hemos ido armando desde los años 70. Lo pueril no es la historia misma, sino la narrativa que se ha asentado a partir de olvidos y silencios por conveniencia. Entremedio de esos silencios de repente han aparecido sainetes en los que sale a escena algún presidente o algún general con la papada temblando, o se arman comisiones de verdad, campañas de pensamiento positivo, y una buena cantidad de “sucesivas y contrarias lealtades”, para decirlo con una frase de Borges. Esta seudomemoria, rebosante de lugares comunes y arrepentimientos vacíos, es lo que Warnken ejemplifica en su mea culpa. (Una mea culpa que es culpa nostra, según él, pero a eso vuelvo más tarde).

La figura de Víctor Jara y su obra incandescente se habían salvado hasta ahora de la corrosión amnésica o de los manejos de imagen que han caracterizado a la eterna transición chilena. El cariño del público y la constancia leal de generaciones de artistas han mantenido el brillo de sus canciones y preservado el recuerdo de la manera en que fue asesinado. El informe de la Comisión Rettig, en su caso, sólo vino a confirmar los detalles horrendos de una historia conocida: la gente no sabía que habían sido cuarenta y cuatro los disparos, pero sí sabía de sus manos quebradas a pisotones y culatazos.

Esté consciente de ello o no, Warnken intenta hacer con Víctor Jara lo que antes otros le hicieron a Allende. Primero acorralaron al presidente hasta dejarlo sin aire y sin salida, y después, cuando pasó el tiempo y vieron que no podían matar su imagen, le colgaron el epíteto de “consecuente” para poder seguir acomodando la historia, quitándole de paso el acento al contenido de su visión política, a lo más potente de su sueño igualitario y socialista. Como fue “consecuente”, según este modo Reader’s Digest de ver la historia, Allende tenía que morir en La Moneda en llamas. Siguiendo esta lógica retorcida y manipuladora, el presidente derrocado disparó primero –metafóricamente, claro—al ser tan excesivamente consecuente. Poco menos que atacó con su consecuencia a los Hawker-Hunters que iban pasando por encima de La Moneda y los obligó a soltar sus rockets. Lo que se subentiende de toda calificación de consecuencia, es que la gente que la asigna póstumamente posee un conocimiento íntimo de esta cualidad. Entre consecuentes nos vemos la suerte, parecen decir, y no se sonrojan. De manera análoga, Warnken destaca la calidad de la poesía de Víctor, como si fuera una revelación o un reconocimiento antes escamoteado, pero distingue su belleza del aspecto que considera «panfletario», maravillándose ingenuamente de que lo político y lo estético pudieran coexistir en las canciones del «trovador», o periférico «ruiseñor urbano», como lo llama, mostrando que no capta del todo la diferencia entre, digamos, Víctor Jara y Benjamín Mackenna.

Como para justificar lo tardío de este reconocimiento, Warnken aplica con soltura y sentimentalismo el rasero con que la derecha (y muchos que nunca aceptarían ser llamados derechistas) ha interpretado la historia chilena de las últimas décadas: si no mataban unos, mataban los otros; todos consecuentes de lado y lado, al parecer. En su caricaturesco resumen de la historia del golpe, el poeta de «La Belleza de Pensar» cita el Libro Blanco del Cambio de Gobierno en Chile con la devoción que reserva para Nietzsche o para Miguel Serrano. Siendo justo, hay que reconocer que también intenta echar mano a la poesía de Oscar Wilde, sacando fuera de contexto un par de versos de ésos que aparecen en “Citas Citables”. Nadie diría, al leer la columna de Warnken, que la extensa “Balada de la cárcel de Reading” de Wilde es una meditación crítica sobre la pena de muerte y no una guía para interpretar los dilemas morales de la historia de Chile. Me imagino la sonrisa burlona del escritor irlandés –preso por homosexual en la cárcel de Reading—al saberse mencionado como autoridad por un columnista-poeta germanófilo que habla, sin una pizca de salvadora ironía, sobre “el atávico impulso asesino que espera agazapado al fondo del alma humana”.

Repito, para no seguir, que yo no maté a Víctor Jara. No maté a nadie, tampoco, a menos que se cuente a los que haya matado de aburrimiento. El mea culpa de Warnken se aplica a los que él denomina “los de nuestro propio bando”, y tal vez por eso su nostra culpa suena tan vacuo, tan descarado, y tan tardío como las condolencias que ofrece la Cosa Nostra en las nietzcheanas novelas sentimentales de Mario Puzo, ésas donde la muerte nunca importa mucho, en el fondo, si bien sirve de excusa para escribir.

13 comentarios en “Yo no maté a Víctor Jara, Warnken.”

  1. Saludos nuevamente Roberto y felicitaciones por tu columna. Lástima no haberte vuelto a leer en El Mostrador. Difícil entender lo de Warnken. Pareciera mirar desde arriba, por sobre la contingencia y los dualismos, en un estadio superior de sapiencia e imparcialidad. Si se ve a sí mismo en ese lugar, bien por él. Pero para quienes este horrendo hecho es un crimen con culpables mediatos e inmediatos, autores intelectuales y materiales,esa culpa de todos es inaceptable.

  2. Amigo Roberto

    Que importante que tú seas el encargado contrapesar los hechos, la verdad y la palabra. Frente a un discurso alambicado, suele uno marearse un poco, perder el rumbo ético, o al menos te sentí en JAQUE, pero, apareces tú, con la claridad y el acento clarificador de la historia de mi Chilito, entender este país es algo titánico, parece tener un pasado esotérico, una especia de interpretación polisémica, ahora mismo, cada hueón dice lo que se le ocurre, y con cara de raja, duro como la cara del burgués.
    Roberto, que lata la opinión de Cristián, pero lo más importante, es la valorización del aporte artistico de Victor Jara, y sobre todo, su vida integra, humana y perfectible.
    Cada uno es cada cual, me hago cargo de mis actos, pero no me carguen responsabilidad de otros, con el objetivo de diluir en el olvido el hollín de sus acciones.
    Nos vemos pronto amigo mío.

  3. Ayer por facebook se anunció la columna de Warnken que yo no hubiera leído de otra forma. Muchos comentaban lo repulsiva que les parecía la columna. A mí también me dio náusea, pero en el penúltimo párrafo. Con lo que escribiste, Roberto, me queda claro que debió haberme dado náusea completo. Da gusto leer buena pluma, no inflada de falso bardo.

  4. Bien dicho Roberto. Warken más columnista-poeta suena a «spin doctor» con una agenda que seguramente no tiene ningún interés.
    Felicitaciones,
    Pedro Mallol

  5. no sé, creo que todo el párrafo en que hablas sobre la ‘consecuencia’ es un gigantesco hombre de paja, no mucho más.

    yo no pretendo defender a Warnken, porque creo que debería, al menos, haber hecho una distinción generacional: yo, y muchos otros como yo, no tendríamos cómo haber matado a Víctor Jara sin haber siquiera nacido. si él lo mató, allá él, pero que no nos meta a nosotros. eso sí, si vamos a criticarlo, al menos habría que atenerse a lo que sí dijo. no hacerlo es un poco deshonesto, además que esconde una forma de cursilería quizá peor que la de Warnken: la vanidad de decir lo que uno quiere en un par de párrafos, atribuyéndoselo a otro, sólo porque uno puede decirlo bien.

  6. Hola,

    Padecemos de amnesia? Muchos de nosotros queríamos matar a nuestros
    enemigos de clase!, queríamos hacer la revolución! y nos entrenamos para
    ellos de miles maneras…creo que muchos si no todos los chilenos contribuimos
    a matar a Victor Jara. Lamentablemente, si no somos capaces de analizar
    nuestra historia reciente sin el lente de la ideología y de nuestros odios
    personales pienso que volveremos a repetirla. Por eso que no estoy de acuerdo
    con Roberto Castillo…

    David Aliaga

  7. Gracias por los comentarios, a los que están de acuerdo y especialmente a los que discrepan. Lo de socióblogo no lo entiendo y lo invito cordialmente a releer lo que escribió Warnken. Lo de «hombre de paja» tiene varias interpretaciones– si es una traducción del término straw-man, entonces creo que no me hice entender. A David Aliaga, así como a Warnken, les digo lo mismo: «hablen por ustedes». El lente de la ideología, David, es muy útil y revelador. Eso del lente de nuestros odios no lo entiendo.

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