Ayuda urgente

Para mí es suficiente que algo esté escrito en mayúsculas y con varios signos de exclamación para que tenga que leerlo al tiro. Me quedo con la vista fija en avisos callejeros de mascotas perdidas o con esos letreros garabateados en las partes más inesperadas de la ciudad que dicen ¡CUIDADO CON EL HOYO! o bien ¡OJO! Por eso, cuando abrí el correo y vi el tema del mensaje, ¡¡¡AYUDA URGENTE!!!, mi suerte estaba decidida. Aparte de eso, fui incapaz de resistir la amalgama tercermundista y misteriosa de las señas de identidad del remitente: Dr. Miss Amina Onglembe, Jr. Abrí la carta y supe que el destino me había señalado, por fin, para una aventura. Un plumífero como yo siempre anda a la caza de aventuras, aunque sepa que en una de ésas lo despluman y hasta ahí no más llegó.

La carta me sedujo más todavía con su inglés extra cortés, análogo al castellano barroco-cursi que hablamos en América Latina y que le causa gracia a los bruscos ibéricos. Me poseyó la gramática algo descuadrada pero elegante de los súbditos de las antiguas colonias británicas, y me imaginé a la doctora y señorita Amina Onglembe Jr. hablando parecido a Nelson Mandela, a Koffi Annan, o cantando con el precioso acento de Bob Marley. Sin duda se trataba de algo así como una bellísima princesa africana, Yoruba tal vez:

«Querido Mr Dr Castillo Roberto: Vengo a usted con mil perdones por la vergüenza de escribirle sin saber quién soy. Tengo el privilegio de rogarle que considere el pesar en mi corazón y venga en mi socorro urgente. Por favor le imploro que no se sienta mal por ser yo una completa desconocida, lo hago por salvaguardar en su posesión la gran suma de dinero en cuestión».

Con el segundo párrafo me transporté al corazón de lo oscuro. Amina era hija del ex-presidente Moheme Onglembe, «recientemente depuesto y decapitado, no sin antes ocultar y revelar sólo a mí, su hija entrañable y albacea» la existencia de un «inmenso baúl» con la suma de 47 millones y medio de dólares. Amina me pedía que le ayudara a sacarlo del escondite, una bóveda en un rincón remoto de Nigeria, a orillas del lago Chad. A cambio, me daba la cuarta parte del billullo. Una transacción justa, sin duda, dado lo crucial de mi rol en el esquema. El paso siguiente era hacer los trámites para acreditarme como socio, y eso tenía que ser en Nigeria. Alojamiento recomendado personalmente por la princesa: el Hyatt Lagos Downtown, «el lugar más propicio para el hospedaje y refrigerio de una persona con estándares como los de Mr Dr Castillo Roberto», futuro millonario en dólares.

Una vez en Lagos, mi contacto nigeriano, transpirando bastante, me confesó que algo andaba «terriblemente mal», pero que no debía preocuparme. Uno de los intermediarios, el cancerbero principal del baúl de Amina, desconfiaba de mi solvencia, y por eso había que aplacarlo dándole mis números de tarjetas de crédito, códigos bancarios, y acceso a mi cuenta corriente «sólo para propósito de poder garantizar su protección personal en peligro». Una vez hecho ese trámite menor, podría pasar a buscar la maleta repleta de lechugas y volver a mi apacible existencia, convertido en Rico Mc Pato gracias a la internet. Cuando terminó de contarme los pormenores, mi contacto me informó que la costumbre era que los primeros tragos los pagaba siempre el extranjero. Le agradecí, porque una cosa que me carga es ser desubicado con las costumbres de otros países. Antes de despedirnos con un firme apretón de mano, le pasé la información que me había pedido, junto con mi pasaporte.

-El pasaporte no lo usaremos- me dijo, inspeccionándolo—he leído en la red que en Chile hay mucha corrupción últimamente; las cosas no son como antes. ¿No es así, doctor?
-No crea todo lo que lee en los diarios—le respondí, algo ofendido, acariciando el escudo nacional.

No me he podido acordar del nombre de mi contacto, por más que me interrogan las autoridades que hoy me tienen retenido. Sólo se me viene a la mente el nombre de Yugurtu Mngué, el cantante africano de «Cartas de color», de Les Luthiers, un sketch que me llegué a saber de memoria cuando chico. Y cuando me preguntan por Dr Miss Amina Onglembe, ya no visualizo a la princesa africana de mis ensueños. Su lugar lo ocupa, como cruel chiste de la memoria, la tía de Yugurtu y hermana de Oblongo Mngué, la legendaria Ganga, cuyos amores con la tribu Obembe quedaron registrados en los caobos a la orizha del arrozho.

De esta mazmorra no salgo, me advierten mis guardianes, hasta que nombre a mis cómplices, o que les diga dónde quedaron los 47 millones y medio. Lo único que logré, a cambio de favores innombrables, es que me hayan dejado escribir estas líneas, un mensaje en una botella que se va flotando por los oleajes de internet. Help.

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