Allende nos hace falta todos los días, aunque no nos demos cuenta. Es una ausencia que se revela en toda su anchura cuando los fogonazos de la contingencia iluminan la mediocridad que define hoy el estado de la república. Lo echamos de menos porque la visión de país, eso que los líderes políticos de hoy tratan inútilmente de conjurar entre las sombras de su ambición, Allende lo derramaba en caudales generosos.
Imagínense lo distinto que serían con él presente el debate sobre la educación, los conflictos de Codelco, la crisis energética. Imagínenselo en el mismo hemiciclo con pesos livianos como Zaldívar, Coloma, Arancibia, Allamand: llega a dar un poco de risa. Como legislador, Allende se formó en el debate con gigantes de su talla, gente como Frei Montalva y Radomiro Tomic, siempre elevando el nivel de la argumentación, respondiendo a tecnicismos con tecnicismos, a retórica con retórica, demostrando a cada paso un conocimiento completo de la historia y de las tradiciones políticas de nuestro país, mezclando la firmeza de sus convicciones con la flexibilidad requerida en toda transacción política en democracia. Su tremendo amor por Chile no tenía nada de chauvinista. Como pocos, sabía poner lo chileno en el contexto de la historia de América Latina y de la historia de un mundo que ya estaba en vías de globalización. Ya no quedan líderes como Allende (ni como Frei, ni como Tomic), y eso se nota en la calidad del discurso público y en el modo en que se llevan las políticas de estado en Chile.
Antes he escrito sobre Allende al cumplirse treinta años de su muerte, una fecha que invita a pensar en la singularidad del presidente que muere en La Moneda, rodeado de una inmensa soledad nacida del desengaño y de la traición.
Pero hoy no me nace referirme a ese cumpleaños de nuestra soledad. Prefiero celebrar el cumpleaños feliz del Chicho recordando su primer discurso como presidente de Chile, el 5 de noviembre de 1970, en el Estadio Nacional. Allende estaba contento ese día, gozoso a pesar del cansancio acumulado en las semanas anteriores. Ya había empezado a correr la sangre en Chile con la muerte del general Schneider, pero Allende le dio a su discurso inaugural un tono de optimismo y de esperanza.
Dijo el pueblo: «Venceremos», y vencimos. Aquí estamos hoy, compañeros, para conmemorar el comienzo de nuestro triunfo.
Pero alguien más vence hoy con nosotros. Están aquí Lautaro y Caupolicán, hermanos en la distancia de Cuauhtemoc y Tupac Amaru.
Hoy, aquí con nosotros, vence O’Higgins, que nos dio la independencia política celebrando el paso hacia la independencia económica. Hoy, aquí con nosotros, vence Manuel Rodríguez, víctima de los que anteponen sus egoísmos de clase al progreso de la comunidad.
Hoy, aquí con nosotros, vence Balmaceda, combatiente en la tarea patriótica de recuperar nuestras riquezas del capital extranjero.
Hoy, aquí con nosotros, también vence Recabarren con los trabajadores organizados tras años de sacrificios. Hoy, aquí con nosotros, por fin, vencen las víctimas de la población José María Caro; aquí con nosotros, vencen los muertos de El Salvador y Puerto Montt, cuya tragedia atestigua por qué y para qué hemos llegado al poder.
De los trabajadores es la victoria.
La eficaz retórica de estilo grandilocuente, propio de una ocasión como ésa, se sustentaba en una clara interpretación de la gran narrativa subyacente en la historia de Chile. Si leemos estas palabras hoy, imaginando la cadencia característica del presidente Allende, nos damos cuenta de la solidez de su compromiso con valores republicanos que antecedían en mucho el proyecto socialista:
Si nos detenemos a meditar un momento y miramos hacia atrás en nuestra historia, los chilenos estamos orgullosos de haber logrado imponemos por vía política, triunfando sobre la violencia.
Esta es una noble tradición. Es una conquista imperecedera. En efecto, a lo largo de nuestro permanente combate por la liberación, de la lenta y dura lucha por la igualdad -y por la justicia, hemos preferido siempre resolver los conflictos sociales con los recursos de la persuasión, con la acción política.
Ya en nuestros primeros pasos como país soberano, la decisión de los hombres de Chile y la habilidad de sus dirigentes nos permitieron evitar las guerras civiles.
En 1845, Francisco Antonio Pinto escribía al general San Martín: «Me parece que nosotros vamos a solucionar el problema de saber cómo ser republicanos y continuar hablando la lengua española«. Desde entonces, la estabilidad institucional de la República fue una de las más consistentes de Europa y América.
Esta tradición republicana y democrática llega así a formar parte de nuestra personalidad, impregnando la conciencia colectiva de los chilenos.
El respeto a los demás, la tolerancia hacia el otro, es uno de los bienes culturales más significativos con que contamos.
Y, cuando dentro de esta continuidad institucional y en las normas políticas fundamentales surgen los antagonismos y las contradicciones entre las clases, esto ocurre en forma esencialmente política. Nunca nuestro pueblo ha roto esta línea histórica.
Las pocas quiebras institucionales fueron siempre determinadas por las clases dominantes.
Allende era un joven de espíritu, que acometió con energía, entusiasmo y gran fe una misión que muchos siguen considerando quijotesca, utópica. Éstas fueron sus palabras a los jóvenes ese día en el Estadio Nacional:
Con razón escriben en las murallas de París: «La revolución se hace primero en las personas y después en las cosas».
Justamente, en esta ocasión solemne, quiero hablar a los jóvenes:No seré yo, como rebelde estudiante del pasado, quien critique su impaciencia, pero tengo la obligación de llamarlos a serena reflexión.
Tienen ustedes la hermosa edad en que el vigor físico y mental hacen posible prácticamente cualquier empresa. Tienen por eso el deber de dar impulso a nuestro avance.
Conviertan el anhelo en más trabajo. Conviertan la esperanza en más esfuerzo. Conviertan el impulso en realidad concreta.
Miles y miles de jóvenes reclamaron un lugar en la lucha social. Ya lo tienen. Ha llegado el momento de que todos los jóvenes se incorporen.
A los que aún están marginados de este proceso les digo: vengan, hay un lugar para cada uno en la construcción de la nueva sociedad.
El escapismo, la decadencia, la futilidad, la droga, son el último recurso de muchachos que viven en países notoriamente opulentos, pero sin ninguna fortaleza moral. No es ése nuestro caso.
Sigan los mejores ejemplos. Los de aquellos que lo dejan todo por construir un futuro mejor.
Perdonen el sentimentalismo, pero es que a este viejo que cumple 100 años lo tengo metido en la retina y en el corazón desde un día en que lo vi, a pleno sol, con un casco blanco de construcción en la cabeza y una pala entre las manos, abriendo la tierra para construir una escuela.
Esa imagen que atesoro se difumina y se me mezcla con la otra, la fotografía del Chicho de casco de combate y fusil, el último día de su presidencia. Aunque sea por hoy, por ser su cumpleaños, elijo el recuerdo asoleado, la risa cálida del presidente, sus manos cariñosas revolviendo el pelo de un cabro chico que miraba sin entender que por estar en la presencia de Allende, ya se colaba con él en la historia
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Te extrañabamos….tus comentarios en este blog, son para mi como tomar un buen desayuno. Gracias por volver con las Noiticias Secretas. >Comparto tu vision del Chicho…..absolutamente >Espero tu resfrío se haya ido.
la imagen que tengo del Chicho es en una plaza de provincia desolada como buen domingo, yo en una esquina esperando a a mi padre que me recogiera, para un auto negro…creo en el semáforo, bajan el vidrio y el chicho me saluda, yo cabra chica de 11 sabia quién era, quedé como estatua. En la tarde de ese dia muy tarde pude contar…temía que no me creyeran.>>emocionate columna , gracias!
El companero Allende esta presente en mi vida cada dia,en los mil dias de su gobierno nos daban pan y leche en mi escuela,nos regalaban los cuadernos,la universidad era gratis,podiamos ir sin pagar al dentista del hospital,teniamos libros, conocimos el teatro. Ahora todo eso que nos falta me hace tenerlo mas presente que nunca,aunque lo que mas me hace falta es la alegria de vivir.
claramente la figura del presidente allende no calza con la de nuestros señoritos de la política abanicándose con proyectos de leyes, comisiones y declaraciones a los medios… ninguna calle llevará jamás el nombre de alguno de estos personajes… el presidente allende, su consecuencia, valentía y dignidad seguirán siendo ejemplo y testimonio contundente frente a la banalidad y el cinismo de quienes abandonan sus ideales y se transforman en administradores, capataces y vigilantes…