No tenía ganas de escribir sobre este tema, porque se me nota la tirria cuando escribo sobre los milicos. Con tirria no se persuade a nadie y uno termina con un sabor raro en la boca. Pero igual me encuentro tecleando este posteo a altas horas de la noche, porque si no lo hago me atraganto.
El aliciente para vencer la reticencia me lo dio Cheyre con sus declaraciones a la revista Caras. Una vez más el general mediático revela su visión algo febril del rol del ejército en la sociedad chilena. Al mismo tiempo, se luce con un análisis histórico digno de estudiante secundario (con perdón de los aludidos) acerca del origen del golpe de estado y de las violaciones a los derechos humanos entre 1973 y 1990. El contrapunto se lo dio el ministro Puccio con sus elogios desmesurados.
Casi oigo a los hinchas del general: «Oye, córtala con Cheyre, si es lo más decentito que hay, harto que ha hecho». Claro, pero permítanme preguntar con quién estamos comparándolo: ¿con Pinochet, con el fantoche de Izurieta? ¿O es con Schneider y Prats? El rango de decencia entre estos extremos es demasiado amplio: es fácil estar a la altura de los primeros, pero Cheyre está ciertamente muy lejos de la claridad ética de Prats y de la solidez doctrinaria de Schneider– por algo los mataron. Es cierto que ha reconocido responsabilidades institucionales en los crímenes de la dictadura, pero recordemos que lo hizo cuando no le quedaba otra alternativa, y que ese mea culpa entre dientes fue parte de una maniobra de relaciones públicas para contrapesar el previsible impacto del Informe Valech.
Los medios han destacado la opinión de Cheyre sobre la poca relevancia de Pinochet. Como hablamos de un general tan intelectual, supongo que no habrá que hacer un dibujito para explicarle que sus propias palabras demuestran lo contrario. Boletín noticioso: El hecho mismo de que el comandante en jefe del ejército se ponga a dar sus opiniones acerca de lo que influye o no en el quehacer político de Chile, es un vestigio de pinochetismo. A nadie le llama la atención que este señor algo majadero, cuya especialidad profesional consiste en jugar a la guerra con los juguetes caros que le compra el Fisco, siga metiendo la cuchara acerca de temas para los que no está preparado y, más aún, sobre los que no le está permitido hablar. Al contrario de sus pares de la Armada y de la Fuerza Aérea, Cheyre opina de política cuando le place, tal como lo hacía Pinochet hasta su arresto en Londres.
A Cheyre, por cierto, nunca la ha parecido nada de raro esto de andar apareciendo en los medios. El general no le hace el quite a la publicidad, porque concibió su gestión desde principio a fin como un gran ejercicio de relaciones públicas. La misión que se autoasignó (en esto demuestra además que él diseñó su propia agenda con autonomía y prescindencia del poder civil) fue la de lavar la imagen del ejército, como parte de una estrategia destinada a perder la menor cantidad de poder posible. En esto Cheyre ha sido una especie de socio uniformado de aquellos concertacionistas timoratos que han demorado todos los esfuerzos por reestablecer control civil sobre las fuerzas armadas. Si uno desempaca la frase de Aylwin «justicia en la medida de lo posible», tendrá que reconocer que el agente que determina los límites de lo posible no es la civilidad sino el poder fáctico militar. El dictum de Aylwin tienen como corolario que los civiles acatan, y aceptan que hay cosas que son posibles y otras que no lo son. En este sentido, Cheyre y sus socios revelaron la mediocridad y el escaso alcance de su visión de país, la que se reduce a un burdo cálculo de conveniencias mutuas.
Al irse derrumbando de a poco la figura de Pinochet (primero por el arresto en Londres y después por el caso Riggs) los altos mandos reconocieron la necesidad de hacer concesiones y, sobre todo, la necesidad de lavarse la carita para que nadie se acordara de los rostros pintados que hicieron temblar de miedo y de rabia a Aylwin y a Frei. Estaban en juego las prebendas y las granjerías acumuladas durante la dictadura, y había que defenderlas adoptando, por una parte, el discurso de la profesionalización y, por otra, el discurso esencialista en que el origen de la patria está enlazado con sus fuerzas armadas, especialmente con el ejército. El eslogan de la campaña publicitaria es reconocible y contiene ironías deliciosas: «el ejército de todos los chilenos».
Cheyre ha continuado durante su comandancia en jefe del ejército el sello protagónico y figurón que le puso el dictador. El legado se nota en la persona (en el sentido etimológico de «máscara») que Cheyre ha construido frente la opinión pública, sobre todo en su propensión a escenificar sus estados de ánimo y sus sentimientos. En momentos de crisis, Cheyre ha sido el maestro del viril «minuto de emoción», al más puro estilo del desaforado demente. Se tira al suelo con una facilidad asombrosa: «Lo he sacrificado todo», por ejemplo, decía ayer un titular de El Mercurio al resumir la entrevista de Caras. «Me he tomado todos los tragos amargos», declaraba a La Tercera, agitado de autocompasión. En Antuco, la performance del general como «padre» golpeado por la muerte de sus «hijos» tuvo momentos dignos de Shakespeare. Claro que se trata de un Shakespeare pasado por Nicanor Parra o por Valle Inclán, con una puesta en escena esperpéntica en que el cuerpo de un conscripto congelado se desviste y se vuelve a vestir según el capricho de un comandante en jefe que no atina más que a dar órdenes sin sentido y a bendecir cadáveres con su medallita religiosa, sin perder jamás de vista la ubicación de las cámaras. Con las muertes en la base Antártica, Cheyre se preocupó obsesivamente por mantener una capilla ardiente en funcionamiento, porque «lo importante» era reunir los cadáveres rescatados. ¿Renunciar por tonteras así? Impensable. ¿Qué haríamos los chilenos sin un Cheyre para que nos diga lo que hace bien o mal para el país, qué sería de la nación sin su sacrificio incomprendido, sin sus gestos de caballero y mártir?
La insistencia machacona por parte del gobierno de que las muertes de Antuco y de la Antártica «no empañan la gestión» de Cheyre, también es un vestigio del pinochetismo. Pinochet pareciera ser un cadáver viviente, pero en su calidad de esperpento sigue participando indirectamente en la vida pública de Chile por medio de sus admiradores y defensores. Entre ellos, que quede claro, está Cheyre, quien siempre le ha entregado apoyo y aliento al ex dictador (en la medida de lo posible, claro) particulamente en épocas en que los problemas judiciales arreciaban en La Dehesa. Eso decía hace un par de años, cuando el juez Muñoz le aguaba la fiesta de cumpleaños número 89:
«Me preocupa la salud del general Pinochet, la que sí me consta y a los doctores también, que no solamente es precaria, sino que se ve afectada por procesos de carácter de angustia y sicológicos muy fuertes que en nada ayudan a una salud comprometida, como lo han dicho dos facultativos ampliamente reconocidos».
Este general habla sobre política pero también opina sobre procesos judiciales, con detalles y todo. Para el cumpleaños 90, Cheyre fue a ver a Pinochet otra vez, a pesar de que ese mismo día el vejete había quedado con arresto domiciliario por presuntos latrocinios y estafas varias. Con cinismo calculador y su típica actitud de héroe herido en su orgullo, Cheyre justificó lo injustificable de esta manera:
«He saludado al general Pinochet, un anciano que cumple 90 años, y mi deber como comandante en jefe es acompañarlo y a todos los que viven en el dolor por situaciones diversas. Es un acto humano y, por favor, no le den connotaciones de otra naturaleza».
Extraña manera de definir su deber como comandante en jefe. ¿De dónde emana ese deber? ¿Dónde dice que uno de los deberes de los comandantes en jefe sea ir a hacer visitas de enfermo a ex-dictadores bajo arresto domiciliario? ¿Dónde se legitima esta autonomía que le permite utilizar su tiempo y los recursos fiscales a su disposición para ir a hacer visitas de cortesía? ¿Es legítimo o prudente que un comandante en jefe del ejército use su propio criterio en materias como ésta?
El año pasado, bajo el mando de Cheyre, murió en el ejército mucha gente como consecuencia directa de órdenes dadas por oficiales irresponsables o corruptos. La muerte de los conscriptos y el suboficial de Antuco se debió también a pésima planificación del entrenamiento militar y a la falta de ropa de montaña. Si bien las órdenes pueden ser responsabilidad de dichos oficiales en terreno, también son responsables los altos mandos encargados de equipar y adiestrar la tropa. Entre esos altos mandos, el principal responsable debería ser Cheyre.
Pero queda claro que la alta oficialidad, parapetada en sus charreteras y sus estrellas y su pasamanería dorada, no va a tener que responder ni por los crímenes que se cometen bajo su mando ni por su propia incompetencia profesional. La justicia militar funcionó de la manera esperada. Un juez militar no va a arriesgar su carrera
poniéndose pesado con sus superiores jerárquicos o estableciendo una mala imagen de su propia institución. A esto se agrega que el ejecutivo se haya encargado de apoyar públicamente al Comandante en Jefe, en una intromisión que sería intolerable si el caso de Antuco o el de las muertes en la Antártica se hubieran investigado en la justicia civil.
Ya le queda poco tiempo en el mando, pero con esta salva final de opiniones políticas, Cheyre prepara el camino para que el próximo comandante en jefe siga en la senda innegablemente pinochetista de hacerse el loco cuando se trata de demostrar en concreto la sujeción absoluta del ejército a las autoridades civiles.
Solo espero que llegue el dia en que toda esa estela de mierda que dejo pinochet en el ejercito termine por quedar enterrada y olvidada en las mentes de los nuevos oficiales.
Roberto>>Efectivamente se te nota la tirria contra los milicos en este artículo,pero te invito a observar con otra óptica .>Los verdaderos responsable del genocidio en Chile son los integrantes de la Derecha Chilena que utilizaron a los milicos para tratar de eliminar las ansias de un pueblo que deseaba probar caminos diferentes a los que señalaba EEUU en complicidad con estos grandes señores,a esto se ha estado refiriendo Puccio con lo del ajuste de cuentas moral>>Pablo
100% de acuerdo
Roberto>>Efectivamente se te nota la tirria contra los milicos en este artículo,pero te invito a observar con otra óptica .>Los verdaderos responsable del genocidio en Chile son los integrantes de la Derecha Chilena que utilizaron a los milicos para tratar de eliminar las ansias de un pueblo que deseaba probar caminos diferentes a los que señalaba EEUU en complicidad con estos grandes señores,a esto se ha estado refiriendo Puccio con lo del ajuste de cuentas moral>>Pablo
Flaco,no hay nada peor que el blogger sin servicio. Sobre tu alcance, permitame citar mi ídolo -el ex presi pitufín- hoy después de dar ese apoyo cerrado a Cheyre:»yo no veo donde está el cuestionamiento al liderazgo. Afortunadamente, el cuestionamiento, el que lo juzga en último término es el Presidente de Chile”.>>Viste mi lista de subsecres? Para que te animes un tanto…>Saludos friolentos
Es necesario crear conciencia de lo que Roberto señala. No puede ser que sigamos manteniendo a Pin8 en el escenario..hay que crear conciencia no solo en la » familia» militar sino que en todos nosotros, de que primordial no darle más tribuna a todo lo que reucrde a èl.