El siguiente es el extracto correspondiente al testimonio de Ángela Jeria, recogido en Chile: La memoria prohibida, Vol. II, pp 130-133. Alejandra Henríquez, escaneó con OCR y corrigió estas páginas, posteadas en el grupo de discusión Chile-Humanidades (Chile-H). Los tres volúmenes de La memoria prohibida contienen documentación esencial acerca de las violaciones a los derechos humanos cometidas por la dictadura de Pinochet entre 1973 y 1989. Los datos completos del libro se encuentran al final de este posteo.
Existen numerosos testimonios que describen a Villa Grimaldi y lo que allí ocurría. Uno de ellos es el que Ángela Jeria, esposa del general de la FACh Alberto Bachelet, muerto en 1974 en la cárcel pública de Santiago, dio a los autores. La señora Jeria y su hija Michelle Bachelet fueron arrestadas el 10 de enero de 1975 y permanecieron en esas instalaciones hasta el día 16, para ser, entonces, trasladadas al campo de prisioneros de Cuatro Álamos, y, desde allí, expulsadas al exilio.
«Me detuvieron en mi casa dos personas que no se identificaron y que me
dijeron que querían hacerme algunas preguntas. Mi hija estaba ahí, así es
que le pidieron a ella que también fuera… Después de la muerte de mi
marido, yo me dediqué a sacar de Chile información de lo que estaba
sucediendo con los oficiales y soldados que estaban presos en la cárcel.
Ello podía salvar la vida de mucha gente, así es que yo colaboré en eso
incluso con una muchacha designada por el MIR. A esa muchacha la
detuvieron y ella entregó mi nombre. Entonces me arrestaron a mí como
colaboradora del MIR…
«El primer día me tuvieron unas once horas con la vista cubierta con mi
propio pañuelo, que como era de seda no me impedía ver del todo, y
amarrada a una silla. Me careaban con gente del MIR que venían recién
saliendo de la tortura eléctrica y si yo no contestaba las preguntas, me
daban golpes en los riñones con sus armas… Pasado ese lapso, me llevaron
a golpes, siempre con la vista cubierta, a otro lugar, mientras me iban
diciendo cosas como ‘Sal de ahí que hay un arroyo, muévete para acá que
hay un obstáculo…’. A mi marido le habían hecho lo mismo y nada era
verdad, así es que les dije que no iba a agacharme, ni a saltar, ni nada.
Entonces el tipo me dio un empujón y rodé por el suelo, pero no había
conseguido lo que quería… Llegamos al lugar donde iban a interrogarme y
me sentaron de nuevo en una silla… Fue un interrogatorio muy largo, en
el que me preguntaban por personas que, según ellos, integraban el grupo
de ‘ayudistas’ del MIR … y entre esas personas, nombraron a Cecilia
Castro Salvadores y su compañero, Juan Carlos Rodríguez Araya, quienes,
posteriormente, en julio de 1975, aparecieron en las listas de los 119
muertos en Argentina… Al final, mi interrogador me hizo levantarme y
empezó a caminar conmigo para que yo le hablara del Partido Socialista y
le entregara a la gente del PS que yo conocía. Era un paseo de ida y
vuelta hasta un farol… De pronto, se detuvo y empezó a
manosearme: ‘Estás buena, abuela’, me decía. Yo seguía con las manos
amarradas. Fue algo muy desagradable: ‘No se degrade, capitán’, le dije, y
eso lo hizo reaccionar. Luego me llevó a una sala donde algunos de ellos
miraban televisión. Allí estaba aquella niña del MIR que colaboraba con la
Dina: la ‘Flaca Alejandra’… Ellos trataron de demostrarme que esas
chicas que colaboraban recibían buen trato. Pero yo me desentendí.
Entonces el tipo se encolerizó, tomó un revólver, salió al patio y se puso
a disparar al aire como un loco ‘Esos son los ratones que hay que
dispararles porque se vienen encima y se van a ir a meter a la pieza donde
la vamos a ir a dejar a usted si no habla… ‘. Esa pieza era un cajón,
una especie de contenedor del largo y ancho de una litera, más un pequeño
espacio donde uno podía pararse sólo de lado, sin ventilación, sin luz,
con una puerta que se abría y cerraba por fuera y en que a uno la
obligaban a estar siempre con la vista cubierta. Cuando entré allí me dije
que debía dormir. La frazada olía a sangre, a vómito, a orina. Pero me
metí debajo de ella y dormí, porque pensé que al día siguiente la cosa iba
a ser espantosa.
«Pero no ocurrió nada: solamente me dejaron allí durante tres días, sin
siquiera sacarme al baño, escuchando lo que ocurría, los quejidos de los
hombres torturados que encerraban en otros cajones que estaban
construyendo… Cuando me sacaron, me condujeron a una bodega donde
torturaban: allí repartían la comida; había un water, aunque sin agua, así
que el lugar era muy fétido… A través de las rendijas de las paredes de
tabla de la bodega pude ver las cosas más horribles… Un día vi una
masturbación masiva, de unos veinte hombres, jóvenes y viejos. Los
llevaban engrillados por los pies, sucios hasta el punto de que no se
sabía de qué color era ropa. Quedaron de espaldas a mí y los amenazaban
con las metralletas ‘¿Quieren pasar al water?’, les dijeron. ‘Bien, pero
primero los vamos a entretener’. Los obligaron a ponerse en fila, de a
tres o cuatro, y a que cada uno metiera el dedo en el ano del preso que
tenía delante, mientras el de adelante masturbaba al que tenía a su
espalda. Los hicieron bajarse los pantalones y los obligaron. ‘¡Más
rápido!’, les gritaban, y se reían… Después los dejaron pasar al water
y, de ahí, a recoger el plato de comida y un pan… La segunda vez que me
sacaron a la bodega apareció el coronel Contreras Sepúlveda. Yo no lo
reconocí, porque me impresionó su mala facha: un hombre gordo, bajo,
moreno, pelo liso y facciones achinadas. El y los hombres que lo rodeaban
no se dieron cuenta que yo estaba en esa bodega y que podía escucharlos.
Los tipos le daban cuenta de mí y de mi hija; le decían que nosotras
éramos unos gatos. Entonces Contreras preguntó: ‘Y esto que ellas
firmaron, ¿hubo apremios?’. ‘No, fue así no más’, le respondían ellos…
Tiempo después, observando una foto en relación con el Caso Letelier, me
di cuenta de que aquel hombre había sido Contreras… Eso era Villa
Grimaldi. Yo lo supe porque cuando me sacaron a la bodega pude ver un
recibo tirado en el suelo donde se detallaba el salario de uno de los
obreros que en esos días estaban construyendo los cajones y allí aparecía
el nombre y la dirección: Arrieta número 8.200…».
Ángela Jeria y su hija fueron deportadas el 1 de febrero de 1975 a
Australia.
Chile: La Memoria Prohibida. Las Violaciones a los Derechos Humanos 1973-1983. Ed. Juan Andrés Piña, con Eugenio Ahumada, Rodrigo Atria, Javier Luis Egaña, Augusto Góngora, Carmen Quesney, Gustavo Saball, Gustavo Villalobos. Santiago de Chile: Pehuén Editores, 1989.
Eugenio Ahumada, uno de los autores del trabajo, hace el siguiente alcance: «Olvidaba algo crucial: co partícipe de los primeros borradores también fue José Manuel Parada, hasta su asesinato, en marzo de 1985. No se incluyó su nombre como coautor porque no alcanzó a ver el producto completo, pero en el texto se cuenta esta historia».
Leo relatos como este y no puedo entender que cómo ocurrieron atrocidades tan grandes, cometidas por chilenos en contra de chilenos. Contra gente inocente, viudas y niños, adolescentes. Cómo lugares por lo que pasamos diariamente (yo viví muchos años cerca de villa Grimaldi) están tan cargados de horror. Ver a personas como Ángela Jeria o a su hija, nuestra Presidenta electa, y me pregunto si yo sería capaz de pararme con tanta dignidad tras una experiencia así. Admiro desde el fondo de mi alma esa fortaleza, esa valentía. >Al mismo tiempo, pienso en qué tipo de cosas pasarán por la cabeza de los que en ese tiempo ejecutaron estos abominables abusos. Deben ser pobres viejos perseguidos por su pasado, por su conciencia. (…»qué será de mi torturador»… dice la canción de Redolés). O quizás no… tengan conciencia, quizás solo les preocupe no ser encarcelados.>>Como siempre, un gran aporte Roberto, te felicito.
Fuerte, cada día aparecen más y más relatos y otra vez vuelve la memoria. Los que nunca fueron torturados no pueden ni podrán nunca entender lo dificil e importante es que Michelle Bachelet hoy asuma el mandato de este gobierno y antes el ministerio de defensa, no… en su memoria no estan esos gritos, esas vejaciones, esos abusos, todos los dias de tortura.>Por eso nos queda luchar porque nunca mas vuelva a suceder.
Te felicito, tu compromiso, tu pasión, y tu solidaridad, se reflejan en tu blog.
Gracias por compartir estas lineas, creo que no podemos dejar de aprender de este tipo de historias que aun nos cuesta leer y entender.
Descubri por casualidad este blog y ahora no dejo de revisar a la espera de nuevos articulos. Felicitaciones por tu compromiso con la verdad.>En cuanto a la informacion de la sra Jeria..que más se puede agregar a estas alturas, solo la palabra ATROZ puede graficar los sufrimientos vividos.