Corre por el mundo el secreto a voces de que el augusto emperador de nuestros días, George W. Bush, es tonto. El rumor parece confirmarse cada vez que una pregunta periodística lo pilla desprevenido y pone cara de bambi encandilado antes de salvarse con algún chascarro o con el torpedo que le pasan sus asesores. No hace mucho, una vocera del gobierno canadiense tuvo un lapsus cassette: «What a moron!» exclamó, comentando una declaración de Bush.
La palabra moron es fuerte en el mundo angloparlante. Se usa en los lugares donde la mofa cruel es moneda de cambio, desde los patios hobbesianos del colegio hasta las frías antesalas de los asilos de ancianos. Ya no es aceptable usar «retardado» o «mongólico», pero «moron», al no referirse a un grupo social identificable, sirve muy bien para designar a una persona que funciona, a lo más, con ampolleta de 25 watts.
La vocera boquisuelta que trató de gil al «Líder del Mundo Libre» (así le dicen sus cortesanos a George II, sin ironía) tuvo que renunciar, pero los canadienses en general celebraron la irreverencia, porque ellos, como los mexicanos, sienten muy de cerca los codazos y los empellones del imperio. Un chileno-canadiense, plagiando a Porfirio Díaz, se lamentaba: «Pauvre Canada! Tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos». Podría decirse incluso que los canadienses se sienten culturalmente más desvalidos que los mexicanos frente al vecinito que les tocó. La verdad es que cuesta diferenciar un canaca de un yanqui: sean de Toronto o de Chicago, de «Deadmonton» o de Nebraska, se ven iguales y hablan un inglés muy parecido. Conozco turistas norteamericanos que, sabiendo esto, pegan banderas canadienses en sus maletas y mochilas para que no les cobren más caro o les hagan responder por las tonterías que dice su presidente. Los gringos se aprovechan así de la similitud, pero los canadienses se acomplejan, y ellos mismos cuentan chistes de doble filo:
-¿Qué es un canadiense?: Exactamente lo mismo que un norteamericano, pero con seguro médico y sin pistola.
Muchos canadienses juran que si un norteamericano emigra a Canadá, el coeficiente intelectual baja, a los dos lados de la frontera. El que no entiende el chiste, es americano, eh, agregan.
Bush alimenta este estereotipo, claro. En un discurso que dio en Yale University, donde entró por ser hijo y nieto de ex-alumno y de donde salió con puros cuatritos, se tomó la venganza del porro:
-A los que se gradúan con honores, premios y distinciones, les digo «bien». A los estudiantes de promedio C, les digo: «ustedes pueden llegar a ser presidente».
Hacer alarde de desprecio por lo académico no es el acto de un morón. Es el gesto bien calculado de un operador político que sabe que su público verdadero no son los cabezones de toga y birrete, sino la gran masa votante que se siente desdeñada por los snobs intelectuales. La estrategia de borrar su proveniencia de cuna dorada, adoptando la caminada de recién bajado del caballo y el acento de la Texas profunda, con rancho, botas de serpiente cascabel y todo, es el toque magistral complementario. Ni Lavín le hace el peso a este tipo de populismo canchero—para hacerlo tendría que instalar su propio rancho en La Pincoya, olvidarse de las camisas Oxford, burlarse de la Cato, y aprender a decir shiloko.
La palabreja «morón» existe en castellano, según los morones –en su acepción de lentitud—de la Real Academia Española. En Chile, el léxico nativo contiene un mote todo-terreno que rima con morón. Podríamos adoptar como alternativa el nuevo vocablo, enriqueciendo así el habla nacional: «¡Pasaste con roja, morón!». O la variante con alusiones frutícolas de exportación: «Saco de moras», para darle un descanso a las manoseadas y eufemísticas peras.
A propósito de sacos de frutas, con el Tratado de Libre Comercio los representantes chilenos tendrán que cuidarse de comentar las cantinfladas de Bush. Pero dudo que un vocero del gobierno de Chile se vaya a referir peyorativamente al octanaje intelectual de George II. En primer lugar, no tenemos el complejo de los canadienses, porque, aunque les pese a muchos, nos falta para que nos confundan con norteamericanos. No andamos con pistolas—nuestros F-16 último modelo no le llevan ni misiles—y por lo menos estamos haciendo el intento de tener un plan de salud civilizado. Además, tenemos un presidente que siempre ha sido bien mateíto y que no fue elegido con chanchullo.
Pero lo principal es que ningún vocero chileno va a tratar a G.W. de morón, porque en Chile somos peritos en pillar cuando alguien no es, sino que se hace.