El chacal de la trompeta

1976. Vuelvo a Chile a fines de invierno y me encuentro con que Santiago ya no es una ciudad sino un limbo distópico. Si alguna vez fue una unidad diversa, la capital se ha puesto mucho más arisca y se siente como un ensamblaje de espacios disconexos. El silencio establece su imperio en las calles, en las micros, en el reluciente metro que repta por debajo de la Alameda, desde La Moneda a Plaza Italia, un vaivén de gente pálida, entumida, en ropajes plomizos. metrovacioNo hay sólo mudez, sino un callar porfiado, más profundo que el silencio. Después de un año de ausencia, en el cual tanto añoré mi idioma y mi ciudad, me encuentro con las ruinas de un lenguaje y con un tren subterráneo que no lleva a ninguna parte. Las palabras están atenuadas, tan desfiguradas (o disfrazadas) que resultan irreconocibles. La prescindencia de palabras es una droga que me ayuda a mantener, si no la calma, cierta compostura, el disimulo indispensable.

La música que se toca en las radios o en las micros o en las calles suena como si estuviera con el tiempo contado, al borde de un abismo de silencio, como si los chacal_13músicos si se fueran a topar en cualquier momento con las notas del Chacal de la Trompeta. Y muchos nos preguntamos cómo vamos a reaccionar –si abandonamos a la primera o seguimos un poco, desafiantes, si nos va a dar rabia, vergüenza, pena o risa– cuando el verdugo enmascarado eleve su instrumento de tortura.

En mi liceo fiscal el miedo también ha consolidado su dominio. Es un terror organizado, provisto de método y de calendario, predecible y aburrido, pero no por eso menos eficiente. El ritual de sumisión frente a la bandera de los lunes sirve de molde para todas las interacciones en el colegio y fuera de él. Una kermesse, un campeonato de baby-fútbol, un examen semestral, una exposición de arte, todo se inicia o culmina en algún gesto de avasallamiento. Las genuflexiones a veces son silenciosas, pero a veces vienen acompañadas de aspavientos y gesticulaciones propios del teatro del absurdo.

El currículum ha revertido a la Edad Media; desaparece la educación sexual y en su lugar se nos enseña el modo correcto en que una buena madre oxigena la leche junto a una ventana abierta antes de servirla, o la forma en que un padre moneda de 10responsable sabe desarticular la subversión latente de una gotera o una invasión de hormigas o un tapón quemado. La economía de la domesticidad, la domesticidad de la economía. En las monedas nos increpa un ángel con tetas ennegrecidas que acaba de romper sus cadenas.

La clase de filosofía de los cuartos medios la hace un tipo que a veces llega en uniforme de la FACh y otras veces aparece vestido de cura. Filósofo malo, filósofo bueno. La directora llega al trabajo con la escolta armada de su marido militar. El inspector es un ex-tira que se pasea entre las filas de alumnos, revisando con regla que el pelo esté corto y que los jumpers estén largos. Su especialidad es detectar a los fonomímicos que boicoteamos la segunda estrofa de la Canción Nacional en el acto de los lunes, o a los que aumentan demasiado el volumen en la parte de “hagan siempre al tirano temblar”.

General Augusto Pinochet Meets Chileans–Oiga Castillo, ¿qué andaba haciendo en Estados Unidos si usted es comunista?

–No soy comunista, señor.

–Castillo, ¿usted sabe por qué me pusieron Columbo los alumnos?

–Porque usted nos tiene bien rochados, señor.

–Correcta la respuesta del concursante.

Ya en la universidad, tengo que hacerles clases particulares a niños que me llevan al borde del infanticidio. El único que me simpatiza es una niñita de apellido árabe que me muestra cómo adelanta el reloj para que la hora de clases no dure tanto. Una vez la hicimos de diez minutos y nadie se dio cuenta. Algunos fines de semana me dedico a vender las sillas plegables y colgadores que fabricaba mi padre. Los acarreo a pulso, rogando a los choferes para que me abran la puerta trasera. Intento vender la mercadería por un par de chauchas en las esquinas, cerca de los centros comerciales. Les hago el quite a los pacos todo el día y por mi silencio se diría que también evito importunar a los clientes; sólo hablo si me dirigen la palabra. No sé ofrecer la mercadería, no sé regatear cuando me ofrecen una miseria.

niñod dormido en microA la vuelta me azoto la cabeza contra la ventanilla de una micro, dormitando con un libro abierto entre los dedos sueltos, pendiente de no perder mi paradero, de que no me roben la mercadería.

El regreso a Chile no ha sido auspicioso. Me defiendo a duras penas de un asalto en un callejón, sin tener nada que entregarle al borracho que me muestra su TIFA y me pone el revólver de servicio bajo la nariz. Por mucho tiempo no me comunico con nadie. No sé contestar bien si otros me hablan. Me cuesta determinar si mis amigos me hablan en serio o en broma. Le tomo el gusto a andar en la orilla mala del toque de queda, aprendo cómo se desplazan las patrullas. Hasta diría que penetrar ese tiempo y espacio prohibidos es mi forma de arte, mi intervención en la noche santiaguina, con la cordillera de los Andes de trasfondo, ese témpano fosforescente y mudo.

_santiago de chile y la cordillera de los andes desde la cordillera de la costa-620x446
Saldo algunas cuentas, me despejo de obligaciones y apenas tengo la oportunidad me voy de nuevo de Chile, como quien sale a respirar después de sumergirse en un estero de aguas muertas. “No me voy”, digo en las fiestas de despedida, “simplemente voy”, pero me centellea en la boca la mentira.

De Antípodas

2 comentarios en “El chacal de la trompeta”

  1. Este fue un año muy recordado para mi. Estabamos en esa salida del invierno a minutos de cumplir 3 años de dictadura, y desde el extranjero intentaba recrear ese país con recuerdos, olores y visiones idealizadas, mientras los de allá guardaban es silencio que describe tan Bien Castillo. Gracias por la notita, maestro.

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