Escribir ficción (en EE.UU.) según Roth, en 1961

Philip Roth publicó su ensayo «Writing American Fiction» en 1961. Es una lectura esencial para entender la obra de Roth y para dimensionar la tarea de la ficción norteamericana en general. Por el momento, pongo aquí mi traducción de la extraordinaria entrada a ese ensayo que tantas resonancias tiene con la cultura mediática del año 2018. Todavía no se resuelve el caso de las hermanas Grimes, que salieron una noche a ver «Love Me Tender», starring Elvis Presley, y aparecieron meses más tarde muertas al lado de un camino. (Esta es una traducción hecha a la rápida, por lo que pido disculpas por los ripios). El original se puede leer entero aquí en la revista Commentary


bedwellHace varios inviernos, cuando vivía en Chicago, la ciudad estaba choqueada y perpleja por la muerte de dos chicas adolescentes. Entiendo que todavía el público sigue perplejo; en cuanto al shock, Chicago es Chicago, y el descuartizamiento de una semana se confunde con el de la siguiente. Las víctimas en ese año en particular eran hermanas. Salieron una noche de diciembre a ver una película de Elvis Presley, nos dicen que por sexta o séptima vez, y nunca volvieron a casa. Diez días pasaron y quince y veinte, y entonces toda la lóbrega ciudad, cada calle y callejón, estaba siendo revisada para encontrar a las desaparecidas niñas Grimes, Pattie y Babs. Una amiga las había visto en el cine, un grupo de chicos las habían divisado más tarde subiéndose a un Buick negro, otro grupo dijo un Chevy verde, y así, etcétera, etcétera, hasta que un día se derritió la nieve y los cuerpos desvestidos de las dos chicas se descubrieron a la vera de un camino dentro de una reserva forestal en el lado oeste de Chicago. El médico forense dijo que no sabía la causa de muerte y de ahí en adelante se hicieron cargo los periodistas. Un diario, no me acuerdo cuál, publicó un dibujo de las chicas en la página de atrás, con sus calcetines blancos y sus levis y sus pañuelos de cabeza: Pattie y Babs de treinta centímetros y en cuatro colores, como la historieta Dixie Dugan de los domingos. La madre de las dos niñas lloró hasta llegar a los brazos de una periodista de un diario local, quien aparentemente se instaló con su máquina de escribir en el porche de los Grimes y empezó a sacar una columna por día, diciendo que eran buenas muchachas, trabajadoras, comunes y corrientes, que iban a la iglesia, etcétera. En los programas de noche uno podía mirar entrevistas de televisión con los compañeros y amigos de las hermanas Grimes: las chicas adolescentes miran a su alrededor, muertas de ganas de reírse; los muchachos se ponen tiesos dentro de sus chaquetas de cuero. «Claro que conocí a Babs, era tranquila, sí, era popular…» Y sigue y sigue así hasta que por fin llega una confesión. Un vagabundo de treinta y cinco, o por ahí, un lavador de platos, un busquilla, un bueno para nada llamado Benny Bedwell, confiesa haber matado a las dos chicas, despues de que él y un socio habían cohabitado con ellas varias semanas en varios hoteles mordidos de pulgas. Al saber la noticia, la madre llora y grita y le dice a la periodista que el tipo es un mentiroso— sus hijas, ella insiste ahora, murieron la noche que salieron al cine. El forense sigue sosteniendo que las chicas no tienen señas de haber tenido relaciones sexuales. Mientras tanto, todo el mundo en Chicago está comprando cuatro diarios al día, y Benny Bedwell, después de haberle dado a la policía una crónica detallada hora por hora de sus aventuras, va a dar a la cárcel. Dos monjas, profesoras de las chicas, son rodeadas por los cazanoticias. Se ven rodeadas e interrogadas y finalmente una de las monjas lo explica todo. «No eran excepcionales», dice la hermana, «no tenían ningún hobbie». Theresa-comforts-motherA esas alturas, algún alma caritativa desentierra a la señora Bedwell, la madre de Benny, y se organiza un encuentro entre esa señora mayor y la madre de las chicas asesinadas. Les sacan fotos juntas, dos mujeres norteamericanas con sobrepeso, agobiadas de trabajo, bastante confundidas, pero sentadas derechitas para los fotógrafos. La señora Bedwell se disculpa a nombre de su Benny. Dice «nunca me imaginé que un hijo mío fuera a hacer algo así». Dos semanas más tarde, o tal vez tres, su hijo sale bajo fianza, canchereando con varios abogados y terno nuevo con chaqueta de un solo botón. Lo llevan en un Cadillac rosado a un motel en las afueras de la ciudad donde da una conferencia de prensa. Sí—apenas articula— él ha sido víctima de brutalidad policíaca. No, no es un asesino; tal vez un degenerado, pero ni eso le van a poder probar. Está cambiando de vida— va a trabajar de carpintero (¡carpintero!) para el Ejército de Salvación, dicen sus abogados. De inmediato, le piden a Benny que cante (toca la guitarra) en un club nocturno de Chicago, por dos mil dólares a la semana ¿o son diez mil? No me acuerdo. Lo que sí recuerdo es que de pronto destella un pensamiento en la mente del espectador o lector de periódico: ¿es todo esto relaciones públicas? Pero por supuesto que no: dos muchachas están muertas. De todas maneras, en Chicago se empieza a hacer popular una canción, «The Benny Bedwell Blues». Otro diario lanza un concurso semanal: «¿Cómo cree usted que las hermanas Grimes fueron asesinadas?» y se entrega un premio a la mejor respuesta (según los jueces). Y ahora empieza la plata; cientos de donaciones empiezan a fluir hacia la señora Grimes de todas partes de la ciudad y del estado. ¿Para qué? ¿De quiénes? La mayoría son aportes anónimos. Solo dinero, miles y miles de dólares— el Sun Times nos tiene informados del total. Diez mil, doce mil, quince mil. La señora Grimes se pone a remozar y redecorar la casa. Un tipo extraño entra en escena, de nombre Schultz o Schwartz— no me acuerdo bien, pero se dedica a vender aparatos domésticos, y le regala a la señora Grimes una cocina entera nueva. La señora Grimes, fuera de sí de puro agradecimiento y de alegría, se vuelve a la hija viva que le queda y dice: «¡Imagíname a mí en esa cocina!». Finalmente la pobre mujer sale un día y se compra dos caturras (o quizá otro señor Schultz se las regaló); a una le pone «Babs» y a la otra «Pattie». Como a estas alturas, Benny Bedwell, que sin duda apenas había alcanzado a aprender a martillar bien un clavo, es extraditado a Florida con la acusación de haber violado allí a una niña de doce años. Poco después yo mismo me fui de Chicago y por lo que sé, aunque la señora Grimes ya no tiene a sus dos niñas, tiene una lavadora de platos nueva y dos pajaritos.

¿Y cuál es la moraleja de una historia tan larga? Simplemente que el escritor norteamericano de mediados del siglo XX tiene las manos llenas tratando de entender y luego describir, y luego hacer creíble gran parte de la realidad norteamericana. Ella lo deja a uno estupefacto, lo asquea, lo enfurece, y finalmente como que lo avergüenza al exceder la escasa imaginación propia. La realidad constantemente está sobrepasando nuestros talentos y la cultura hace saltar casi a diario figuras que son la envidia de cualquier novelista.

[continuará]

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Cuando todavía no se encontraban los cadáveres, Elvis les mandó una carta pública a las niñas, rogándoles que volvieran a casa: «Si son buenas fans de Presley, van a volver a casa y aliviar el dolor de su madre»: “If you are good Presley fans, you’ll go home and ease your mother’s worries,”

[continuará]

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