Confesiones de un ateo

Mi primera resolución de año nuevo fue salir del closet de mi ateísmo. No creo en Dios pero no me atrevo a decirlo mucho en público porque vivo en un país donde declararse ateo es como confesarse leproso: uno causa miedo y lástima al mismo tiempo, y lo ponen en una especie de cuarentena. Pero en Chile es peor, porque ser ateo allá, aparte de causar miedo y lástima, es como de mal tono. Uno puede declararse agnóstico, que suena más aggiornato, como los dos últimos presidentes de Chile, pero el ateo puro en Chile está rodeado de cierta aura maldita. Es poco poético, es poco moderno, es poco chileno incluso.

Hay que creer en algo, le dicen a uno: si no cómo se explica la perfección del universo. Hace poco un conocido mío hizo un tubo con el diario vespertino que andaba trayendo y me pegó en la cabeza, diciendo justamente: «¡explícate la perfección del universo, sacoewea!». Yo quedé sobándome el mate. Recogí el garrote que el agresor dejó tirado y leí los titulares sobre Gaza. Alabado sea Dios, dije con esa amargura torcida de nosotros los ateos empedernidos.

Porque eso es lo que soy, un ateo rematado que no se contenta con no creer sino que siente cierta hostilidad hacia la creencia en un ser superior divino, sobre todo al estilo de la tradición abrahámica, que tanta paz ha derramado en la historia. Este ser omnipotente y bueno no es capaz de evitar que me peguen un guaracazo con un diario enrollado, así como tampoco tuvo la cortesía de intervenir (para el lado de los buenos, digo) en Auschwitz, en Hiroshima, en Villa Grimaldi, Abu Ghraib, o siquiera en el penal de Caszely.

Reconozco que el mundo ha progresado, menos mal, y que nadie me va a chamuscar amarrado a un palo por repetir lo que dice el diabólico Christopher Hitchens: «toda creencia religiosa es siniestra e infantil». Pero ¿me darían pega en la Católica o en la Alberto Hurtado, por no mencionar las otras universidades donde ser creyente es parte del código de pertenencia institucional? ¿Recibirían a mis hijos en algunos colegios chilenos? ¿Me invitarían a todos los asados?

No aconsejo el ateísmo, o en mi caso, el anti-teísmo. Uno se anda enojando por tonteras, como las transmisiones de la Santa Misa por TVN (pagada con plata de moros y cristianos), las capellanías también financiadas con platas fiscales, la hegemonía de lo religioso (principalmente católico) en todos los aspectos de la vida política e institucional chilena. Ser ateo es medio solitario. No nos podemos dar apoyo en masa, porque -oh paradoja- no necesitamos andar haciendo mitines dominicales para mantener nuestras convicciones, como los creyentes. Y como ateo rematado tampoco ando rezando en los aviones o me permito el chiste clásico de definirme como «ateo, con el favor de Dios».  Soy un ateo de catecismo, de los que van derechito al infierno.

Una amiga monja que sabía mi secreto siempre andaba tratando de curarme de mi ateísmo. Una tarde me preguntó si alguna vez yo había creído en Dios. Me acordé entonces de mi Primera Comunión, a los ocho años. Gracias a mis lecturas, yo estaba como el trapito del cóctel molotov, listo para el fósforo divino. Tenía la cabeza empapada de leseras fantásticas sacadas de las novelas de Emilio Salgari y de Julio Verne. En el catecismo de preparación para la Eucaristía, había descubierto que algunos de los cuentos de la Biblia le hacían el peso a las aventuras del Tigre de la Malasia o el Capitán Nemo. Había excelentes mini-series de cautiverios, travesías por el desierto, arbustos-llamaradas con voz de trueno, ciudades incendiadas, inundaciones y océanos que se dividen, venganzas cabronas, amores clandestinos y harta sangre. Las Sagradas Escrituras me agarraron por el lado sensacionalista: “Mujer mirona se convierte en estatua de sal”, “Lluvia de sapos en Egipto”, “OVNI en la carretera de Damasco causa volcamiento”, “Nueva desgracia de Job”.

Y así, en medio de mi Primera Comunión, se alineó el sol de tal manera con el planeta Tierra, que un rayo fulgurante pasó por el ojo de ámbar de un vitral de la parroquia de San Miguel y fue a dar directamente sobre mi cabeza engominada. El golpe de electricidad divina casi me chamuscó la cintita blanca con letras doradas que me habían amarrado al brazo. Yo pasaba por un momento de angustia, debido a que tenía la hostia adherida al paladar y no lograba despegarla con la lengua. Tocar la hostia con los dedos era pecado mortal, aparte de poco digno. Cuando una arcada satánica estaba a punto de derrotar mi incipiente santidad, el impacto del rayo de sol soltó la oblea sacra. Lo que sentí al tragarla sólo lo puedo comparar con ese calorcito que se extiende esófago abajo después de un sorbo de ron macizo.

Hubiera sido fácil dejar contenta a mi amiga monjita contándole la historia de mi arrobo post-eucarístico, pero no pude hacerlo. Tal vez fue porque usó el tono dramático de una amante que le pregunta al malo que la deja: “¿Alguna vez me quisiste?”. Como buena monja que es, me estaba dando la oportunidad de demostrarle que yo era digno del esfuerzo que ella le ponía a convencerme de que Dios existe. Me hice el gracioso, para aliviar la tensión: “No tengo el gen nacional de la credulidad”.

Mientras caminábamos en silencio de vuelta a su convento, yo pensaba que ese momento de contacto tan íntimo y placentero con la divinidad había sido una gran chiva y que había sido mejor no contarlo. No fue sino la conjunción fortuita del sol, la apertura de las nubes, el ángulo del vitral, y la costumbre que todavía me persigue de creer todo lo que leo. Me despedí de ella con un beso, sabiendo que nunca más la volvería a ver.

16 comentarios en “Confesiones de un ateo”

  1. Muy buena tu confesion, hermano! (Insha’allah, yo pudiera ser tan elocuente!) Vengo llegando de un memorable viaje a Mejico donde, oh ironias, es mas aceptable a comienzos del siglo XXI ser un homosexual que un ateo! Vi tipos (y tipas) besandose a destajo por las calles de Ciudad de Mejico (viva el amor, digo yo), pero cuando le sugeri’ a nuestro iluminado guia que en vez de gastar el tiempo en visitar la Catedral de la Virgen de Guadalupe nos fueramos derechito a las ruinas de Teotihuacan, me miro’ con espanto y casi se persino’. Para ser justos, sin embargo, debo reconocer que los Teotihuacanos no eran ni tanto mas tolerantes que sus compatriotas modernos…Frank Christiny

  2. Roberto, teu texto me faz tão bem neste princípio de ano. Vivo condição semelhante aqui no sul do Brasil, onde, mesmo nas rodas dos mais lúcidos companheiros, declarar-se ateu é de mau gosto ou, pelo menos, inadequado.

  3. Genial tu experiencia de ser ateo!. Me divertí mucho con la lectura. También tengo el recuerdo de mi Primera Comunión y la preocupación de cumplir el rito a la perfección y la imaginación de que la hostia iba a purificar mi conciencia. Tuve un ataque de tos que me impidió permanecer con el rebaño. Hoy mi fe es chiquita pero fuerte.FELICITACIONES por tu blog!.Ma. Antonieta.

  4. Conozco algo peor que ser ateo en Chile. Ser atea no observante (por mucho que parezca cool y post-postmo). Una está atrapada entre el repudio y la lástima de la mayoría ortodoxa, la irrespetuosa condescendencia de los más tolerantes que sin pedir ni permiso te la largan: “en el fondo tú crees, pero no lo sabes”, y la mirada altanera de los amigos, que están seguros de que una es beata. Resultado: nadie te da pega, ora por mora, ora por cristiana.

  5. hola…. me parecio interesante tu confeción. pero que que para llamarte «ateo» te hace falta mucho. cometes muchos errores … mencionas mucho a «Dios»… se supone que ser ateo significa: «no creer»… y por lo visto..tu si que crees, me pareciera que lo que pasa contigo es otra cosa…

  6. En la parte de la Biblia-hola Bolaño-falto el cachondeo de El Cantar De Los Cantares: Hoy gran orgía gran; con David y odaliscas.
    Gran artículo. Pronto los ateos seremos legión. Hasbún sacudete en tu cripta.

  7. ¿y ustedes han visto la iniciativa de los buses ateos aquí en España -y en Inglaterra, parece-, con letreros del tipo: «Dios no existe»? ¡Eso sí que es militancia y proselitismo!, consiguiendo una cierta ruptura de la hegemonía de la iglesia, tan-tan coservadora que hay acá…
    En Chile estamos jodidos, justo porque nadie se anima contra una iglesia no tan conservadora y que pareciera hasta tener valores cristianos…

  8. Roberto, gracias por compartir tus reflexiones en este interesantísimo blog, del que desde hoy me declaro seguidora 🙂
    No es fácil hablar de ateísmo en un país como Chile, en cuyos cimientos se encuentra arraigada la Iglesia Católica y que además, ha sido cegado por la fé en la religión como consuelo ante las atrocidades e injusticias cometidas en los años de dictadura militar…al parecer, siempre es más fácil cuando suceden cosas malas, aceptar la voluntad «divina» de que así sucedieran, que aceptar la responsabilidad humana que hay detrás de los hechos.
    Que tengas un buen dia!!!, te envío un abrazo afectuoso.

  9. Hola para que estás solo, eso tu solo te lo buscas, además otra cosa yo se que los chilenos son de pocos amigos
    y no tiene que ver con ser ateo solo con ser indiferente y frívolo.

  10. Yo soy ateo también desde los 12 años…me gustaron tus palabras.
    Hace poco me reia del pasado feriado, inmaculada concepción se llamaba, sería como sexo sagrado y el cornudo de Jose…, se lo comenté a mi madre y casi me pega jajajja,

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